jueves, 26 de noviembre de 2009

Más azucar y menos ropa, ¿reacciones ante la crisis económica?


Segunda y última parte del post Fast food y parámetros comprendidos.

Después de que el vendedor de la tienda vio mi rostro relajado y se percató que eso sólo podía indicar un paso atrás en su venta del día, con tono de desesperación me ofreció reducir el costo y en lugar de los $17,500 pesos dijo que podía bajarse hasta los $16,000 pesos, darme mil pesos en productos de la tienda, que el cachorro ya contaba con las vacunas básicas y que ¡ADEMÁS! con tarjeta de crédito tenían seis meses sin intereses, como si con eso el costo se redujera, pero con la oportuna mente fría sabía que la angustia sólo se multiplicaría por seis.

Mis hijos no dudaron en proponer vender todos sus juguetes, pero mi mente pasó a pensar qué debería de comer un perro que resultaba más fino que nosotros cuatro juntos, seguramente tendría que cambiar el seguro de mi auto por un seguro para el animal, bueno, supuse que talvez el "chip" injertado en su nuca tendría algún fin reductor de paranoia, dónde debería dormir, cuánto tiempo dedicarle para su educación, ¿o talvez su sangre tan fina y el CD-R interactivo que venía incluido en el paquete del ofertón resultaba auto-educable?... No, demasiadas exigencias asomaban de aquel cachorro, así que rápidamente busqué en el archivero mental los argumentos necesarios para salir corriendo de la tienda de mascotas y les dije a mis hijos, que con quién lo dejaríamos el fin de año cuando no estuviéramos en casa. El bendito vendedor, que en esos momentos ya casi lloraba, tenía respuestas para todo y dijo que ellos tenían una lista de pensiones para perros. No pude evitar lanzarle una mirada de "YA cállate" y decirle a mis pequeños acompañantes que retomaremos la búsqueda de un cachorro cuando regresemos de vacaciones. Todos volvimos a nuestras posiciones de un martes común, pero definitivamente me quedaba claro que si no existiera la gente que puede pagar lo que sea, no existirían perros de ese costo y más.

Nuestro siguiente paso era buscar los estambres, parte de nuestro motivo centrocomercialero, donde según yo, en Liverpool hacía muchísimos años había visto que ahí se vendían, pero una de las uniformadas con tela de bajísima calidad nos dijo que ya no se vendían estambres allí, así que decepcionados y preguntándonos a dónde llevan a las abuelas a hacerse de sus estambres, salimos de la tienda, sin que mis hijos dejarán apretar los botones de varios de los anticipadísimos monos navideños que se exhiben en mesas de baja altura. Para eso los ponen a su alcance ¿no?

Nuestra siguiente y urgente tarea era seleccionar el postre que nos hizo ojitos después de que habíamos terminado de comer, unas afamadas donas de la Dunkin' Donuts. Nos acercamos al aparador, que entre las charolas e iluminación correctamente definidos para resaltar y hacer apetecibles los colores de las donas, cada uno escogió la que creeríamos la más rica. Habrá sido que éramos familia y amigo muy cercano, que todos nos decidimos por el mismo tipo de dona, la glaseada con relleno de zarzamora.

A la primer mordida y pasando a la masticada que se encargaba de distribuir los ingredientes de aquella dona por la mayor parte de mis papilas gustativas, me acordé de uno de los análisis de Eduardo Punset, donde menciona el choque mental que causa el comer o beber algo cuando te esperas otra cosa. Pues sí, no era la primera vez que comía una Dunkin' Donuts, pero sí tenía poco menos de dos años de haber probado la última, también me acordé de las Coca-Colas que he tomado fuera México, del pan dulce de Alemania, en fin, de varias cosas "dulces" que se pueden comer fuera de México y que fácilmente se pueden comparar por sus teóricamente similares mexicanos. Aquella dona me sirvió para reiterar lo que tristemente ya sabía, que en México el uso de azúcar llega a niveles tan altos como para causar una embolia en la primera mordida de una "Dunkin' Donuts México".

Preguntarme qué pasa está demás, si eso de aumentar el azúcar en los alimentos es todo un negocio dirigido en el país que ocupa el segundo lugar de muerte por diabetes y primer lugar en obesidad a nivel mundial y seguir hablando de este tema me da tanta rabia, porque descarto la maldad de las empresas "alimenticias" y me enojo por la falta de conciencia de los mexicanos, esos clientes ávidos por consumir cuanto gramo de azúcar extra que pongan en cada alimento.

Sentados en el cine y terminando la Dunkin' Donuts México que nos dejaría cierto apendejamiento y no nos permitiría sentir hambre por el resto del día, se oscureció la sala totalmente y dio inicio el primer comercial: no nombres de marca, sólo música, mucho movimiento del cuerpo de una mujer, mucho rojo, close up a su rostro (ahora vemos que es una mujer rubia muy bien maquillada), el rojo invade, más movimientos de su cuerpo semidesnudo, la música ya tiene voz femenina, más rojo y una jaula, la rubia con una lycra color piel, close ups de la rubia, en el rojo resalta la rubia moviéndose dentro de una jaula, entra voz masculina y dice "Shakira ..." (esos puntos suspensivos son porque no recuerdo qué más dijo). Fin del comercial. Mi cabeza trata de recordar qué refresco de cola era el que se anunciaba porque aquel rojo me remitía inmediatamente a Coca Cola, cuyo logotipo no recordaba haber visto durante esos 20 segundos, pero mi hijo menor sentado a mi lado derecho interrumpió mi pensamiento con su pregunta "¿Shakira es prostituta?"

Shock. Tenía que pensar rápido una respuesta, ¿qué posibles opciones tenía? un "¿Cómo crees?". No, porque no se trataba de creer, sino de tener más información en su mente que la que se consideraría que un niño de 9 años debe de tener. ¿Qué tal una risita nerviosa? No, tampoco puedo dejar a mi propio hijo con un mensaje de que no puede contar conmigo. No tenía mucha opción, por una parte yo no iba a recibir ni un centavo por las ganancias que aquella campaña publicitaria tendría como objetivo alimentar a una mujer que ha decidido enfrentar la crisis económica reduciendo la cantidad de tela de su vestuario en sus presentaciones o marcar una doble moral con una lycra color carne. Si ella había decidido cambiar un "look" que mi hijo no conocía, era ella la que debería asumirlo, no yo. Yo era responsable de haber llevado a mi hijo a una película clasificada para mayores de 18 años y entonces entendí el por qué de la advertencia del vendedor de los boletos con su aclaración de "escenas muy fuertes", así que algo arrepentida le dije a mi pequeño "pues eso parece, ¿verdad?".

OK, cometí el error de optar por esa película que veríamos y no taparle los ojos a mi hijo desde el primer comercial, sino hasta la escena, extrañamente predecible para una película de Tarantino, donde los soldados entran a la casa de aquella familia francesa para disparar con sus rifles a la familia judía que se encontraba escondida debajo del piso, momento donde mi hijo se quedaría dormido.

La reseña de Inglourious Bastards queda para los muchos críticos de cine y yo me quedo con el buen sabor que me dejó y la increíble musicalización de Ennio Morricone, principalmente al inicio, la genial ubicación e interrumpida sonata Claro de Luna de Beethoven.

No hay comentarios:

Publicar un comentario