
No demerito la labor de los terapeutas, psicólogos, psicoanalistas y anexos. Debo admitir que en varias ocasiones tuvieron a bien callar por un momento, escuchar y enfrentarme con mis monstruos que me devoraban sin piedad. Lo que no me parece justo es que, cuando pasaban a contarme las historias de su vida, no tuvieran la cortesía de pagarme.
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